La isla del Fraile. Águilas

A un centenar de metros de la costa de Águilas se erige una escarpada isla que a pesar de su pequeño tamaño cuenta con un importante legado histórico y arqueológico. Se trata también de un lugar con un alto valor medioambiental y en el que no faltan tampoco curiosidades como la referente a un enigmático propietario y morador extranjero. Poco más de seis hectáreas de pedregosa orografía conforman el territorio de la isla del Fraile, un interesante enclave situado al sureste de Águilas. 

Se ha sugerido que su nombre, que no tiene que ver con clérigo alguno, podría deberse a su silueta en forma de la característica capucha de un monje, aunque es más probable que proceda de la deformación de la palabra “farallón”, esto es, como se llama a los promontorios rocosos próximos a la costa, que es el caso. El islote no pasó desapercibido para el rey Carlos III, quien en 1773 envió una expedición a fin de estudiar los distintos vestigios allí localizados. 


Se documentó ya entonces la existencia de una especie de muralla que se cree pudo servir para conformar el terreno y facilitar su urbanización. Y es que el lugar ha contado con presencia humana desde tiempos remotos, siendo la huella romana la más destacada a tenor de los numerosos restos encontrados. Aquí estuvo ubicado un pequeño pero muy activo centro de producción de garum, una salsa de pescado elaborada a partir de las vísceras fermentadas y que, a falta de las especias que eran enormemente caras y exóticas, servía para condimentar muchos platos de la cocina romana. Utilizado también en cosmética y medicina (afecciones de la piel, del oído…), era un producto muy apreciado, alcanzando un precio bastante elevado en el mercado. Los siglos fueron pasando y la isla del Fraile estuvo también ocupada por los musulmanes, ya que recientemente han sido hallados varios enterramientos pertenecientes a este periodo. Otro de los aspectos llamativos en la historia del islote es su adquisición por parte de un extraño personaje que durante algunos años lo tuvo como su residencia y retiro dorado. Hablamos del aristócrata escocés Frank Hugh Pakenham Borthwick – Norton (1877 – 1959), o simplemente Hugh Borthwick. 

Llegó a la isla del Fraile en 1912 tras comprársela al Estado y se instaló en ella, estando solo acompañado por dos sirvientes y unos cuantos perros, por los que sentía debilidad. Su estancia transcurrió rodeada de misterio al no mantener ningún contacto con los habitantes de la cercana Águilas. A pesar de vivir rodeado de importantes restos arqueológicos nunca excavó ni tomó nada, es más, su presencia en el enclave contribuyó a su preservación frente a curiosos y potenciales expoliadores. No era extraño que un británico residiera en el islote ya que en aquel tiempo sus compatriotas frecuentaban la comarca al calor de la actividad minera, aunque el verdadero motivo de su presencia en el lugar apunta a otro motivo. 

Su estancia coincidió con el desarrollo de la I Guerra Mundial y la isla del Fraile era un enclave estratégico en la neutral España para espiar a los barcos alemanes. Así, en 1920, una vez que el conflicto hubo terminado, Hugh Borthwick abandonó la que había sido su residencia en los últimos años y ya no volvió a ser ocupada. Se dice que no dejó testamento y su familia, en un principio, tampoco reclamó la propiedad, por lo que el islote revertió al Estado. 

No sería hasta 1968 cuando sus descendientes intentaron recuperarlo, pero por un lado la prescripción administrativa y por otro su valor arqueológico hicieron que continuara, como así permanece hoy, en manos públicas. La gran importancia de la isla del Fraile no se limita solamente a lo histórico y cultural. Se trata también de un espacio protegido que cuenta con un fondo marino muy rico en plantas, sobre todo posidonias, especie endémica del Mediterráneo. Los siempre curiosos y simpáticos delfines son asiduos visitantes de su entorno por lo que la isla constituye un emplazamiento ideal para divisarlos a su paso por ella.

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