Los Caballos del Vino. Caravaca de la Cruz

 Lo que hoy en día es un multitudinario evento Patrimonio de la Humanidad hunde sus raíces en una antigua leyenda de la Caravaca medieval.  


En diciembre de 2020 la UNESCO declaró los Caballos del Vino de Caravaca de la Cruz como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Esta manifestación festiva de la ciudad más poblada de la comarca del Noroeste murciano obtiene así un nuevo reconocimiento que lo proyecta más si cabe a nivel global. 


Cada mañana del 2 de mayo, en el contexto de las Fiestas Patronales en honor a la Santísima y Vera Cruz (declaradas de Interés Turístico Internacional en 2004), miles de caravaqueños y visitantes asisten al ritual protagonizado por los Caballos del Vino, que en unos pocos segundos realizarán su recorrido. Tendrán que hacerlo lo más velozmente que puedan, ya que el concepto moderno de la tradición se basa en una competición en la que los caballos, acompañados de cuatro mozos que los sujetan, dos en la parte delantera y dos en la trasera, deben subir uno por uno la popular cuesta del Castillo en el menor tiempo posible, una carrera contrarreloj para hombre y animal unidos en una misma misión. Quedarán descalificados los équidos que pierdan en el camino alguno de los cuatro caballistas. Este es el presente que conocen todos los que año tras año son testigos del evento que ha ido evolucionando hasta lo que hoy es desde sus inicios allá por el siglo XVIII cuando hallamos las primeras referencias documentales a la celebración de los Caballos del Vino (el término ya es mencionado en 1804) y que irá adquiriendo su forma actual desde mediada la década de 1940. Pero, ¿dónde habría que situar el origen último esta secular tradición?  


Todo se basa en una leyenda vinculada a la Edad Media cuando, a finales del siglo XIII, el antiguo Reino de Murcia había sido ya conquistado por la Corona de Castilla y Caravaca era una encomienda de la siempre mítica y misteriosa Orden del Temple. Su castillo se encontraba sitiado por las tropas musulmanas y el agua de los aljibes, de la que bebía la población cristiana allí refugiada, estaba a punto de agotarse. Un grupo de templarios optó por salir a buscarla aprovechando la oscuridad de la noche. La empresa resultó infructuosa, ya que los enemigos habían envenenado las fuentes y no fue posible recoger el líquido elemento que tanto necesitaban aquellas gentes. Lo único que pudieron encontrar fue vino y así, colocaron los pellejos sobre sus caballos y se dispusieron a regresar a la fortaleza. Lo hicieron a gran velocidad. Corriendo junto a los corceles mientras los agarraban fuertemente, dos delante y dos detrás, los caballeros protegían la preciada carga. Aquellos valientes consiguieron sortear el cerco musulmán, reingresando en el castillo para júbilo de sus sedientos moradores. Una vez dentro de las murallas, la Cruz de Caravaca fue bañada en el vino que, bendecido de esta manera, se le dio a beber a la población. Todos calmaron su sed como si de verdadera agua se tratara y los enfermos sanaron milagrosamente. Aquellos caballos del vino y la intervención de la sagrada reliquia habían salvado a los sufridos habitantes de Caravaca. 


Cuenta también la leyenda que las mujeres del castillo, como reconocimiento a la heroicidad mostrada tanto por los hombres como por los animales que trajeron el vino sobre sus lomos, les ofrecieron sus mantos para agasajarles. Este sería el origen de los hoy lujosos mantos bordados que lucen los caballos en la Fiesta, el enjaezamiento, también objeto de reñido concurso y todo un deleite para la vista que ya forma parte indisoluble de los ya celebérrimos Caballos del Vino de Caravaca de la Cruz. 


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